Pequeñas aves visitan diariamente mi ventana, mas aún en días grises, días que dejan mi rostro pálido sin razón aparente. Se desprende mi alma, atraviesa la ventana, y a las aves, y me abandona; la soledad es quién me custodia, sigilosa, en algún lugar de mi cuarto, en algún lugar, en mi vida..
No queda mas que objetos materiales que me rodean y me invitan a padecer... en vano.
Angustiado, permanezco calmo en plena e inmensa soledad que consume mis ánimos de luchar en esta guerra contra un enemigo que siempre estuvo allí, esperando mi rendición, pero, mis ojeras de hombre cansado y enterrado hace tiempo se niegan a intermediar, y la tarde, y la lluvia van entristeciendo todo, congelan y marchitan cada una de las que fueron mis animaciones alguna vez. De grisáceo, el panorama se torna oscuro y ella se acerca, ella me abraza y me susurra al oído recuerdos penosos hallados en mi inconsciente.
A lo lejos, a través de la ventana, lo ultimo que me permite ver en este agonizar es a mi alma alejándose lentamente por el camino, en compañía de las aves que sonreían.
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